Por la mañana empaquetamos las cosas, dijimos adiós a pijiland y nos dirigimos a las cataratas del Rhin. De camino paramos en un pueblo suizo, Stein am Rhein a comer. Solo pasamos un 2 de horas como mucho en Suiza pero fueron suficiente para colapsarnos el internet, ponernos de los nervios con los limites de velocidad y perdernos siguiendo las indicaciones. El pueblo bonito y curioso como muchos otros que vimos durante el viaje. Edificios pintados con diferentes motivos, calles empedradas, torres y puertas, y el lago al lado. Paramos a comer en un restaurante con una camarera antipática y borde, donde probamos la especialidad suiza de la zona: los rostis. Un mejunje con patatas aceite y otro elementos que nos nos gusto demasiado, regados con otra cerveza sin apenas sabor.
Desde ahi y maldiciendo a los suizos cogimos rumbo hacia las cataratas y esto si valió la pena. La verdad que nos sorprendió que ese espectáculo solo nos costara 5 euros. Quedamos maravillados por la fuerza de la naturaleza, en un espacio de vistas increíble y de sensaciones brutales.
Tras el maravilloso espectáculo llegamos a Meersburg para pasar la noche. Posiblemente uno de los lugares que mas nos ha gustado durante este viaje. Un pueblo que cae sobre el lago desde la montaña, lleno de rincones bonitos y que solo pudimos saborear durante un par de horas que nos supieron a poco. Por la noche un poco hartos de tanto guiso y salchicha nos acercamos a un griego para cambiar de sabores. Nada especial pero sirvió a su propósito