Espectacular concierto que nos ofreció este viernes 11 de octubre en el Calella Rock Festival el legendario Southside Johnny y sus Jukes. A pesar de un inicio no demasiado prometedor donde apenas se le escuchaba, el tío fue calentando motores a base de clásicos atemporales secundado por un estupendo Kazee a los teclados y cantando algún tema juntos y de unos vientos apoteósicos. Una hora y media de concierto que nos dejo bailando con una sonrisa en la boca y con la esperanza que la noche no acabase nunca.
Crónica de Jordi Bianciotto en el Periódico
La mitología en torno a Bruce Springsteen reserva un espacio de honor para John Lyon, Southside Johnny, querido cómplice de correrías en el New Jersey de los años 70, a quien llegó a ceder algunas preciadas canciones para que las grabara en sus discos. Artista con su propia historia, una veintena larga de álbumes y una reputación de bestia de escenario que pudimos certificar este viernes en el marco del Calella Rockfest.
Puede parecer extraño que siendo este un país tan ‘springsteeniano’ todavía no hubieran pasado nunca por aquí Southside Johnny and the Asbury Jukes, pero aunque ambas figuras comparten tantas cosas, la fama ha hecho abismales las distancias, de los estadios de uno a los centenares de fans con los que debe contentarse el otro, en recintos como la Fábrica Llobet, de Calella. Tropa que dio saltos de alegría con su salida a escena a golpe de ‘Angel eyes’ y ‘Forever’, dos canciones del primer álbum de su amigo Little Steven, ‘Men without women’ (1982), al que Johnny rindió homenaje en un disco en directo del 2012.
John Lyon lució una voz rugiente y veraz, gastada pero conservando el vigor a los casi 71, arropado por unos competentes Asbury Jukes. Banda fogosa que incluyó tres metales y al teclista Jeff Kazee, que se alzó y sumó su voz en ‘Love on the wrong side of town’, pieza que Springsteen y Little Steven crearon para su amigo. Canciones con debilidad melodramática, de trazos que conectan con el pop de los 60 y con Phil Spector, pasados por el guitarreo rockero y las inyecciones de música negra reforzadas por los vientos. Y baladones así de grandes: ‘Walk away Renée’ a corazón abierto.
Aunque el repertorio abarcó piezas de diferentes épocas, también del siglo XXI (de la peleona ‘Harder than it looks’ al destello soul de ‘Don’t waste my time’), así como un asalto en modo boogie al clásico blues ‘Key to the highway’, el cuerpo central de la noche salió de sus álbumes del período 1976-79, empezando por los dos que produjo Little Steven y en los que metió mano Springsteen. De las chisteras de los tres salió en su día ‘Trapped again’, vitoreado pellizco sobre desencuentros amorosos. Y de la de Steve Van Zandt, ‘This time it’s for real’ y ‘I don’t want to go home’, con su literatura romántica y sus ganas de comerse el mundo.
Viaje a tiempos de euforia y de gran fertilidad, cuando todo ese clan, y el Boss en particular, producía buenas ideas como quien respira: ahí estuvieron ‘Talk to me’ y ‘The fever’, fetiches que Bruce se permitió el lujo de descartar a la hora de confeccionar sus álbumes. Excelentes canciones del fondo de armario de Springsteen y del mundillo de New Jersey y Asbury Park que muy poco o nada han sonado en Barcelona y que confluyeron en un ‘cover’ que les une a todos, ‘Havin’ a party’, de Sam Cooke, con su dulce música soul para convertir en festín una vieja deuda pendiente.